La donación de 320 millones de euros que anunció el pasado marzo la Fundación Amancio Ortega para la renovación de los equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer en los hospitales públicos españoles ha traído cola y despierta pasiones encontradas. Es un tema tabú del que es imposible no salir escaldado de la controversia sin que te acusen de gilipollas o de cualquier otro improperio. Visto lo visto, he dudado de escribir de esto pero va en mi naturaleza meterme en charcos
Algunos dicen que criticar a Amancio Ortega es “cosa de una izquierda que odia a los ganadores”. En el otro extremo, otros se sienten humillados por el gesto del empresario gallego, y reclaman “justicia social en lugar de caridad”. Son posturas equidistantes, muy ideológicas, y cargadas de emoción. Me siento más identificado en cierto sentido con la segunda opinión, pero creo que se equivocan los que convierten a Ortega en chivo expiatorio de un problema de fondo del que él no es el culpable. También los que defienden la opción de rechazar la donación.
El éxito de Amancio Ortega despierta, como en otros, aplausos eufóricos y críticas desgarradas. Es un personaje sobrio y que no se prodiga en lo público, así que es complicado calificarlo. De todos modos, con él se da un patrón que me conozco: siempre que hay una crítica a señores como Ortega, nos vienen con el rollo cansino de la sempiterna envidia española. Ya he hablado de eso en este post: “La envidia española: ¿verdad, mito o paranoia?” para intentar desmontar el mito al que tantos acuden para justificar la nobleza de nuestras grandes fortunas. Un amigo que aprecio califica de “chorrada” meterse con el empresario gallego, y lo despacha con este diagnóstico: criticar la donación de Ortega es de “un país de miserables al que nos estorba la persona que triunfa”. Después viene Carlos Herrera, desde la caverna hortero-mediática, tachando de gilipollas a cualquiera que se cuestione esas donaciones.
Este asunto lo vengo siguiendo desde hace tiempo. En un post anterior me tocó comentar una situación parecida cuando en 2015, Zuckerberg, el rey de Facebook, donó 25 millones generando un montón de críticas. En aquel momento ya reconocí la complejidad del tema, pero insistí que la generosidad es relativa y conviene juzgarla con criterio. La tesis que se manejó entonces para rechazar las críticas que se le hicieron a Zuckerberg fue que había que “separar el mérito de la utilidad” juzgando en su justa medida el valor útil de un donativo. Yo estoy de acuerdo en separar ambos criterios, pero siendo muy prudentes con la intensidad de los aplausos, y los mensajes implícitos que se transmiten al celebrar con euforia dichas donaciones.
En cuanto a la cualidad moral de la figura de Amancio Ortega, y de otros mega-ricos como él, siempre he sostenido, y estoy dispuesto a discutirlo con cualquiera, esta premisa: nadie se hace obscenamente multimillonario de forma honrada. Tengo clarísimo que para eso no basta con trabajo, esfuerzo, ingenio y sacrificio, como lo pintan. El camino hacia la obtención de esas cantidades de dinero siempre está plagado de trampas, oportunismos, egoísmos, trucos, evasiones fiscales y un largo etcétera. Algunos las han hecho más que otros, algunas han sido más hijas de puta que otras, y puede que incluso algunos hayan estado más cerca de ser casi buenos… pero nadie se ha convertido en multimillonario (y no estoy hablando de ganarse unos milloncitos) siendo una persona íntegra.
Inditex hizo cosas muy bien. Su éxito no se explica por una única razón. Sus innovaciones en logística y la reducción brutal que consiguió en los ciclos de rotación del género son innegables. Pero hay una parte más social y humana de la que se habla menos en las escuelas de negocio (no interesa) y que fue la que ayudó a completar la ecuación que llevó a Amancio a ser multimillonario.
Hay muchos relatos, de gente que estuvo adentro, que ponen en entredicho la ética de los modelos de trabajo que puso en práctica Ortega en su primera etapa de creación de su imperio. Ahí está este documental sobre las mujeres explotadas por Inditex en Galicia o este breve artículo de Ana Pampín en El País. Asimismo, como han dicho otros, si tan preocupado está Amancio Ortega por la salud, teniendo en cuenta que su ropa se elabora en gran parte deslocalizada en países como Bangladesh, que mejore las condiciones de trabajo de las personas que directa o indirectamente subcontrata en condiciones de explotación y grave riesgo para su vida. Eso tal vez dé menos publicidad, o no sirva para reducir impuestos, pero sería más coherente. Por eso, la coartada de la “envidia española” para dar cobertura ética a estos salvadores de la patria no se sostiene en la inmensa mayoría de los casos.
Daré más argumentos, que quizás suenen más éticos o filosóficos, pero eso también importa. Lo que creo es que una persona buena e íntegra, un ser humano honesto y con sentido de solidaridad, tendría que decir basta, paro ya, cuando llega a obtener una cantidad de dinero que multiplica cientos y miles de veces el de una persona media. No sé, debería plantearse si tiene sentido ganar tanto o sentir vergüenza cuando ve a su lado gente que lo está pasando mal. Un escenario así tendría que activar un comportamiento cívico que ponga techo a las aspiraciones millonarias.
OK, está generando puestos de trabajo, y eso me parece estupendo, pero cuando los beneficios (después de inversiones) son tan brutales… algo falla ahí, algo no se está redistribuyendo bien, algo (o mucho) de solidaridad está faltando. Si ganas muchísimo más de lo que necesitas (desde aspiraciones éticas cimentadas en el respeto comunitario), lo primero que tendrían que hacer, si son personas buenas, es canalizar “lo que sobra” a mejorar las condiciones laborales y humanas de sus propios trabajadores, en lugar de seguir llenando su saca. Y, por supuesto, un rico de esta magnitud tendría que renunciar de facto a cualquier tentación de minimizar el pago de impuestos (incluso por tretas legalmente aceptadas) cuando sabe que esa es la vía más legítima que tiene para compensar la desigualdad que le rodea. Por eso dudo, por ejemplo, que personajes venerados como Cristiano Ronaldo o Leo Messi sean realmente personas buenas: ¿para qué quieren tanto dinero? ¿por qué evaden su deber cívico de pagar impuestos con la cantidad obscena de dinero que les quedaría aun tributando en proporción a la fortuna que obtienen? No los juzgo como futbolistas, sino como ciudadanos, que es un criterio por el que también hay que juzgarlos en tanto personas. La misma lógica aplico a Ortega y a los multimillonarios que hacen donaciones en lugar de pagar impuestos sin subterfugios, ni atajos legales. No son roles sociales que celebraría con euforia.
Por volver al caso de Amancio Ortega, ya he dicho que es un asunto complejo porque hay, en principio, dos dilemas éticos (también ideológicos) en juego, sea Ortega o quien sea el que haga la donación:
- ¿Debemos aceptar una donación que viene bien para salvar la vida de pacientes sin cuestionar el modo en que se han conseguido esos fondos?
- ¿Debemos aceptar un dinero en forma de caridad cuando, con mejores leyes tributarias, serían fondos que podía obtener y gestionar el sistema público según sus propios criterios porque formarían parte de sus presupuestos?
Las respuestas más acertadas a ambos dilemas se mueven en un continuo con muchos grises. No es blanco o negro. Lo que sí me queda claro es que las críticas a Amancio Ortega, y su fundación, tienen sentido desde el malestar general que existe en la sociedad española por el crecimiento de la desigualdad y lo mal que están financiados los servicios públicos. Hay que situarlas en ese contexto y por eso es de gilipollas tachar de gilipollas a quien sienta antipatía y decida no celebrar donaciones como esas. Al mismo tiempo, podemos cuestionarnos perfectamente más cosas de lo que subyace de fondo en la posibilidad de que un multimillonario disponga de 320 millones para hacer donaciones para financiar necesidades que debería poder asumir el presupuesto público.
En cualquier caso, aquí se mezclan cosas que me gustaría separar. Ya he dicho que la historia de Amancio Ortega es mucho más compleja, y oscura, que la del mito del “hombre que empezó de la nada y se hizo a sí mismo” que nos venden. Pero aun así, me parece absurdo rechazar los 320 millones que dona este hombre como se defiende desde algunos sectores. Baso mi opinión en dos argumentos:
- Ese dinero hace falta para salvar vidas,
- Aceptar ese dinero no es incompatible en absoluto con seguir peleando por corregir las carencias de fondo, que son la desigualdad, la sub-financiación del sector público, y un sistema tributario más justo y menos permisivo con las grandes fortunas.
Lo que quiero decir es que el principal problema no es Amancio Ortega, sino el sistema que alimenta y justifica la necesidad de que existan “salvadores” privados con ayudas de caridad. No habría que convertir al empresario gallego en chivo expiatorio, y motivo de escarnio, porque probablemente estemos penalizando así cualquier intento futuro de redistribución de ingresos que no sea el tributario. Que señores como Ortega se decidan a donar mucha pasta (porque lo es) a causas justas viene bien, y no condiciona en absoluto nuestro reclamo de revisar los factores que generan tanta desigualdad. Vamos a seguir luchando por corregir la brecha tributaria pero, mientras tanto, es irracional rechazar un dinero que hace falta.
Por eso discrepo de la idea de rechazar la donación, como se defiende en los comunicados. Si yo estuviera gestionando la Salud Pública, la aceptaría sí o sí. Por mucho que tengamos un problema estructural de base, que es lo mal que están financiados los servicios públicos, no estamos para desaprovechar ese dinero. Lo haría por el bien de los pacientes porque sé que eso no es incompatible con seguir discutiendo por qué la salud está tan mal financiada, o por qué un señor multimillonario no tributa en proporción a la fortuna que gana. No me perdonaría que un paciente tenga que retrasar una prueba radiológica que necesita con urgencia, y sufra o fallezca debido a eso, por haber rechazado esa donación. Ni un solo paciente merecería eso. Estoy pensando en mi familia, en mis amigos o en gente que necesita hacerse diagnósticos. Son personas y esa debe ser la prioridad de cualquier decisión.
Pero lo que sí haría es poner condiciones a la donación, si es que la Fundación Amancio Ortega daba opciones a eso. Al ser una donación finalista, me pondría serio a la hora de discutir a qué partidas asignar esos dineros, por mucho que uno piense, de forma razonable, que quien dona algo está en plena libertad de decidir dónde quiere ponerlo. Hablamos de salud pública, y no de un negocio privado, así si alguien quiere (como dice) generar el mayor impacto, tendríamos que hablar de óptimo social. Tal vez parte de ese dinero se invierta mejor en pagar sueldos, reforzar plantillas, conceder becas y otras necesidades distintas a la compra de tecnología. Eso quien mejor puede decidirlo es el sector sanitario público. No Amancio Ortega. Lo que yo diría a esa Fundación es que si quiere donar 320 millones, que agradecemos, vamos a hablar de cómo repartirlos, para que produzcan el mejor efecto en la salud pública. A cambio de que Amancio Ortega impulse su imagen personal y corrija su fiscalidad, el Estado debe poner sus condiciones porque ese dinero va al sector público. Es caridad, vale, pero manejada con criterio.
Luisa Lores, radióloga de profesión y portavoz de la FADSP, además de cuestionarse con argumentos la donación (como todo, discutibles), aporta más detalles que sirven para entender por qué ese tipo de aportación de fondos deberían canalizarse, en última instancia, según criterios del sistema público: “La falta de equipos no es el problema del sistema público de salud, que está bastante bien dotado, el problema es que no tiene personal (…) Ya hubo problemas en la donación que Ortega hizo a la sanidad gallega en 2015” porque el dinero donado por el dueño de Inditex se destinó supuestamente a comprar los mismos equipos que ya había adquirido el gobierno gallego con una inversión paralela: “Se compraron los mismos mamógrafos, no otros, los mismos, y los mismos equipos de radioterapia”. También he leído por ahí, planteado por otros expertos, que “no es más tecnología lo que hace falta, sino mejor utilización y sobre todo, insistir en otras políticas de carácter social de las que depende en gran medida la salud” y que “la tecnología, sea diagnóstica o terapéutica, se utiliza mal, en exceso y prácticamente sin control de costes”. En fin, quizás los millones de Ortega se invertirían mejor dedicados a otras partidas que no sean esos equipos.
Después tenemos el asunto de la posible relación que existe entre lo que se paga de impuestos y lo que se dona por caridad. Dice Luisa Lores, la radióloga gallega, que: “Amancio Ortega gana 1.100 millones de euros al año, solo en dividendos, así que si pagara como un médico, destinaría los 320 millones cada año en impuestos”. Una noticia de 2014 nos contaba que Inditex, todo el grupo, paga menos en impuestos de lo que recibe Amancio Ortega en dividendos. El grupo tributó en 2013 una cantidad de 440 millones en Impuestos sobre Sociedades, mientras que Ortega cobró una retribución por dividendos de accionista de casi 900 millones de euros. Dicho esto, me faltan datos para saber a ciencia cierta lo que paga Ortega de impuestos como persona física, pero parece que lo hace ajustándose a la ley. Podemos quejarnos de que lo que tributa es insuficiente, como muchos sostenemos, pero hasta lo que se sabe, no es el típico gamberro que va por ahí cometiendo fraude fiscal. Tampoco es culpable directo de que la ley sea tan permisiva con fortunas como la suya. El problema está en el sistema, y es a esa dirección donde hay que apuntar.
Tampoco me quita el sueño que Amancio Ortega gane prestigio y publicidad con su donación. Es cuestión suya, y si quiere hacerlo, me parece hasta bien. Sería ingenuo pensar que lo hace por razones genuinamente humanitarias, porque en ese caso donaría los fondos de forma anónima. No quiero perder un segundo discutiendo sobre eso. La perversión de fondo es otra y apunta al sistema que tenemos que cambiar.