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Desmitificando la fuerza de voluntad (post-526)

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fuerza de voluntadAcabo de leer un interesante artículo del psiquiatra Carl Erik Fisher, profesor asistente de la Universidad de Columbia, publicado en Nautilus, con el título de “Contra la fuerza de voluntad”. Llegué a él a través del dominical #CausasyAzares de Antonio Ortiz y atrajo rápidamente mi atención porque tiene algo que ver con un seriado de posts que tengo a punta de caramelo sobre el Grit, una teoría propuesta por la psicóloga de la Universidad de Pennsylvania, Angela Duckworth, sobre la que escribiré largamente a partir de esta semana.

Antonio presenta el artículo en los términos justos, como un intento higiénico de poner en su sitio los límites del autocontrol y la matraca empalagosa del “querer es poder“. Yo ya he escrito antes de los excesos del Pensamiento Positivo como una tiranía que conduce a la gestión dopada de las expectativas.

El autor del artículo, un psiquiatra experto en el tratamiento de adicciones, parece decirnos que la llamada “fuerza de voluntad” está sobrevalorada, pero en realidad lo que pone en tela de juicio es la forma simplista con que suele entenderse el término. Fisher piensa, como yo, que es peligroso abusar de la (falta de) fuerza de voluntad como diagnóstico para atajar malos hábitos porque nos distrae de otras soluciones que pueden ser más eficaces.

Podríamos ver la “fuerza de voluntad” como un sinónimo de “autocontrol”. He leído que la Asociación Americana de Psicología define el autocontrol como la “capacidad de resistir las tentaciones de corto plazo con el fin de cumplir con los objetivos a largo plazo”. Me gusta en principio este modo de interpretarlo, sólo que el verbo “resistir” ya nos sugiere que se trata de una lucha contra los elementos que, como tal, puede implicar un coste excesivo e innecesario frente a estrategias alternativas que pueden ser más efectivas, como se verá.

Desde el famoso experimento del malvavisco de Walter Mischel sobre las virtudes a largo plazo del autocontrol, hasta la teoría del Grit, de Duckworth, que ya he dicho que voy a desgranar en varios posts a partir de esta semana; forjar una buena capacidad de autodisciplina, y de cultura del esfuerzo, parece ser un tema de primera actualidad en los debates sobre educación. De ahí su importancia.

Aprender a resistirse a los antojos tiene bastante sentido, y va a ser difícil que un científico me convenza de que esa no es una habilidad saludable que conviene desarrollar. Los que somos padres o madres lo sabemos más que nadie. Los que somos todavía algo niños, y caprichosos, podemos entender que eso necesita cierta autorregulación. Pero, como dice el autor, la “fuerza de voluntad” tiene también ingredientes muy discutibles. Hay en ella cierta moralidad machacona y castigadora que, ciertamente, a mí tampoco me gusta.

La clave está, muy probablemente, en rechazar la idea de la fuerza de voluntad como una lucha abnegada contra los impulsos, sino como una estrategia inteligente de replantearse totalmente el problema a mejorar de un modo que favorezca al cambio y evite (en la medida de lo posible) la necesidad de luchar. Mi lectura es que en vez de “luchar contra algo”, hay que corregir los motivos que explican que ese comportamiento que se quiere cambiar sea el que se adopta de forma natural. Si no dedicas tiempo a descifrar esto lo más probable es que tomes el atajo fácil (más bien, el difícil) de creer que todo se va a resolver tensando al máximo el músculo del autocontrol.

Desde el punto de vista semántico, si conseguimos que la estrategia no consista en “luchar” tanto, entonces hablar de “fuerza de” pierde un poco su sentido. Más que aplicar una fuerza, habría que razonar mejor. Más que “fuerza de voluntad”, que suena flagelante, parece más preciso hablar de “voluntad reforzada”. Es lo que a mí me gusta llamar “esfuerzo motivado”, que si está bien motivado es un esfuerzo que entra mucho mejor, o incluso puede llegar a vivirse sin la sensación de esfuerzo.

En ese difícil camino de intentar posponer las gratificaciones, que es lo que hacemos cuando nos inhibimos ante las tentaciones, la solución puede estar según Fisher en realizar una “negociación intrapersonal” que nos ayude a resolver conflictos latentes entre objetivos. Esta negociación, que debe ser sincera, puede llevarnos a cambiar objetivos y prioridades en el tiempo según el balance que veamos entre costes y beneficios.

Estoy de acuerdo con la tesis del artículo de que centrar toda la atención en una lectura simplista de la “fuerza de voluntad” puede tener el efecto pernicioso de distraernos de otras estrategias más complejas y efectivas basadas en el rediseño de contextos (por ejemplo, socio-políticos) o formas personales de autocontrol más significativas y menos fustigadoras.

Como alerta el autor, una interpretación totalizadora de la (falta de) fuerza de voluntad como la última causa de todos los malos hábitos nos puede llevar a estigmas absurdos (muy comunes, por cierto) de suponer que la gente pobre lo es sólo porque les falta disciplina financiera, o que se tiene mala salud por descuido personal. También el enfoque punitivo de la lucha contra las drogas se deja llevar a menudo por una visión moralizante que deposita toda la culpa en los individuos cuando a menudo el fallo está en causas más profundas, que son las que hay que identificar y resolver.

Por otra parte, tampoco me gusta esa tendencia que tenemos de ir a los extremos. No creo que haya que deshacerse por completo del concepto de fuerza de voluntad y del autocontrol, por mucho origen religioso que éste pueda tener, que lo tiene (por aquello de resistirse a los impulsos pecaminosos). Será una “obsesión victoriana” que después popularizó y mercantilizó el género de auto-ayuda, pero tampoco hay que despreciarla.

Por ejemplo, el autor del artículo cita a un paciente, Thomas, que achacaba a la falta de fuerza de voluntad su incapacidad de dejar su problema con el alcohol. Pero la solución no estaba en verlo como una lucha sino en profundizar en las razones de por qué bebía tanto. Cuando consiguió entender que el problema de fondo estaba en el estrés y la ansiedad que generaba las expectativas falsas que se creaba sobre sí mismo, consiguió dar con la tecla para apartar su adicción. Sin embargo, yo añadiría a lo que cuenta el autor, que algo de fuerza, de músculo, tuvo que aplicar Thomas al principio para revertir la tendencia porque hay inercias que son tan poderosas que no basta con un buen argumento para desactivarlas. De hecho, la cosa puede complicarse si también hay impulsos bioquímicos (o emocionales muy complejos, inconscientes) que condicionen bastante la capacidad de autocontrol incluso en presencia de buenas motivaciones.

La otra estrategia que los psicólogos suelen sugerir es intentar reconciliarse con el problema (“Lo acepto y ya”) pero ese puede ser un ejercicio de autoengaño que sólo sirva para ocultar el problema real. Si aceptamos ese camino sin matizaciones, casi todo se puede renegociar en plan autoengaño. Siempre podemos encontrar una motivación más poderosa para no hacer lo correcto, para no “forzar” desde lo volitivo, así que vuelta a comenzar: tener alguna capacidad de autocontrol ayuda a no dejarse autoengañar por motivaciones caprichosas.

El mensaje más útil del artículo, tal como a mí me llega, es el peligro que tiene intentar resolver los problemas a base de sermones en lugar de hacer un análisis que capture realmente las causas de fondo que motivan los comportamientos. Para mí está claro que la fuerza de voluntad es un recurso limitado, que tiene un límite, y que por lo tanto, no hay que abusar de él. Es más, como soy algo vago, siempre intentaría probar otras estrategias antes de confiar la solución a tanto esfuerzo.

En definitiva, no se trata de rechazar del todo el papel que juega el autocontrol, o la fuerza de voluntad, y menos de descuidar las ventajas de entrenarla. Pero sí que parece que una estrategia combinada de: 1) reflexión diagnóstica de las causas de fondo, 2) autodisciplina y, 3) rediseño de contextos que favorezcan el cambio buscado, puede ser lo más efectivo en lugar de confiar toda la solución a sermones voluntaristas del tipo “si quiero, puedo”.

Nota:  La imagen del post pertenece al album de jetta girl en Flickr. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscribirse por mail” que aparece en la esquina superior derecha de esta página. También puedes seguirme por Twitter o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva.

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