A finales de octubre pasé unos días fantásticos trabajando en el departamento colombiano de Nariño. Desde entonces les debo un post a mis anfitriones porque la experiencia valió mucho la pena. No pude escribirlo en aquel entonces porque se me cruzó en el día de mi regreso el fatídico resultado del Referéndum del acuerdo de paz, que entonces captó toda mi atención.
Cuando me he puesto a juntar recuerdos, no he sabido por dónde empezar, porque fueron días muy especiales. Quizás la mejor forma de hacerlo es presentando primero a Nariño, que es el departamento más al sur del Pacífico colombiano, en la frontera con Ecuador. Tiene casi 2 millones de habitantes con una geografía muy diversa: 52% llanura, 40% zona andina y 8% amazonas. Su capital es San Juan de Pasto (o simplemente, Pasto) que está enclavada en la región andina, donde se concentra la mayor parte de la población, y le llaman la “ciudad sorpresa de Colombia”. Debido a que está en un valle interandino a una altitud cercana a los 2.500 metros, la nubosidad allí es bastante alta, hasta el punto que suele quedar desconectada por vía área cuando los aviones no pueden despegar, ni aterrizar en su aeropuerto. Mi vuelo de regreso se canceló por esa razón, aunque después tuve la suerte de que se abriera de nuevo.
Nariño ha sido históricamente un departamento de grandes contrastes y altas brechas sociales. Muy sacudido por la violencia y la desigualdad. Fue de los más afectados de Colombia por el conflicto armado, con casi medio de millón de personas que sufrieron de algún modo el impacto de la guerra. Según un informe de la ONU, en 2013 era el mayor productor de hoja de coca del país, que salía habitualmente por el puerto de Tumaco. También cuenta con importantes recursos minerales, por ejemplo, oro en la zona de Barbacoas.
Para viajar a Nariño hay que tener un pretexto. Poca gente lo elige debido a las dificultades de transporte pero también porque es un gran desconocido. Están apostando ahora por el turismo, al que le veo enormes posibilidades. El departamento es hermoso, y el nuevo gobierno intenta ponerlo en el mapa de los circuitos turísticos que apuestan por la sostenibilidad. Por ejemplo, la magia que transmite la Laguna de la Cocha es difícil de describir (aquí tienes imágenes). Nariño es tierra de volcanes, entre los que destacan Chiles (4.718 m), Cumbal (4.764 m), Azufral (4.070 m), Doña Juana (4.250 m) y Galeras (4.276 m), que es uno de los más activos del mundo. Todos esos sitios están rodeados de unas vistas espectaculares. Los microclimas diversos dentro del departamento son sorprendentes. Puedes vivir abruptos cambios de temperatura, vegetación y estado del tiempo en muy pocos kilómetros. Desde el punto de vista cultural también ofrece experiencias memorables como su famoso Carnaval de Negros y Blancos, con el diseño de unas carrozas de fama mundial (aquí tienes imágenes que te van a dejar boquiabierto/a). Además, tiene una gran tradición musical en la formación de bandas. El departamento acoge iglesias preciosas. Una de ellas, el Santuario de las Lajas, fue elegida en 2015 por el diario británico The Daily Telegraph como una de las 23 iglesias más bellas del mundo. La visité, y no me extraña en absoluto, porque el sitio donde está situada es impresionante (imágenes aquí).
El plato más representativo de Nariño es el famoso “cuy asado a la brasa”, una especie de hámster gigante que tiene muchísimo mejor sabor que aspecto. Pasar por la “prueba del cuy” requiere, para un visitante, mucha fuerza de voluntad. Conseguí superarla porque lo trajeron troceado y soy demasiado goloso para rechazar una aventura culinaria tan radical. En todo caso, si puedo elegir, prefiero unos buenos Lapingachos con hornados, que me encantaron.
Desde de enero de 2016, cuando tomó posesión Camilo Romero como nuevo gobernador de Nariño, el departamento está viviendo una efervescencia sin precedentes, y los cambios que allí se están produciendo empiezan a llamar la atención del resto de Colombia. A Camilo lo conocí en octubre de 2012, cuando era el congresista más joven del país. Lo entrevisté en su oficina del Capitolio Nacional, en Bogotá, y desde entonces ya me pareció un tipo honesto, con grandes convicciones, un enorme talento político, y una capacidad de empatía que he visto en muy pocas personas. Después seguimos en contacto de forma bastante sistemática, tanto con él como con su equipo, hasta que apareció la oportunidad de que me invitara para participar en la inauguración del Centro de Innovación Social de Nariño (CISNA), que fue el pretexto que nos inventamos para ir.
Lo que llaman el “Nuevo Gobierno” de Nariño descansa sobre tres pilares: 1) Gobierno Abierto, 2) Economía colaborativa, 3) Innovación Social. Estas son las tres líneas de acción básicas que orientan estratégicamente lo que hacen. Para conseguirlo, están apelando a un modelo de movilización social, de participación ciudadana, que les ayude a “construir escenarios para el buen vivir”, desde la definición colectiva de acuerdos que se basen en propósitos comunes.
El CISNA, que me tocó inaugurar junto a Camilo Romero, es el elemento articulador de un potente Ecosistema Regional de Innovación Social que se está impulsando desde la gobernación para promover la participación ciudadana en el co-diseño de políticas públicas y de nuevos servicios sociales. Su funcionamiento se inspira en el modelo de los laboratorios ciudadanos, tipo Medialab Prado, que están prosperando en tantos sitios. Se conforma de un espacio físico, uno móvil y otro virtual, y busca encontrar soluciones innovadoras a los problemas macro de la región, para que después esas soluciones sean financiadas por las distintas secretarías de la gobernación. La metodología que guía el proceso de co-creación del CISNA se llama “Feeling” (despegar, volar, explorar y aterrizar), y fue creada por Javier Arteaga a partir del Design Thinking, quien además de amigo y estupendo anfitrión, es de las personas más entusiastas y preclaras que he conocido. Con Javier ya tuve la oportunidad de colaborar intensamente en 2015 en el lanzamiento de la primera “Escuela de Innovación Política”. Él es un fenómeno de la naturaleza, y está acompañado por un equipo increíble que está muy a su altura, con Paola Coral a la cabeza, que es una combinación de fortaleza, inteligencia natural y empatía difíciles de encontrar. Sip, sé que estoy siendo muy generoso con los adjetivos, y pero no exagero, estos chicos se lo merecen
Nariño ha sido un departamento sistemáticamente olvidado por el gobierno central, tanto por tradición como por su aislamiento geográfico. Ha sufrido también el efecto nocivo y simplista de los estereotipos. Sin embargo, desde el punto de vista de la demanda de soluciones, no es muy diferente a la mayoría de los departamentos colombianos por el tipo de problemas y desafíos a los que debe enfrentarse. Y desde la oferta, me ha sorprendido el talento de su gente, el potencial que tienen para ser creativos y emprendedores, y lo rápido que aprenden. Por eso la nueva gobernación encabezada por Camilo está convencida de que sólo hace falta “crear las condiciones para que las cosas sucedan” porque, me consta, son un terreno fértil que apenas necesita que se abone y riegue bien.
Hay mucha pobreza en Nariño. También enormes carencias educativas. Pero el nuevo gobierno rechaza adoptar actitudes victimistas. No quieren pretextos para la parálisis. Es tan así que el eslogan que articula su plan de desarrollo departamental: “Nariño, corazón del mundo”, habla por sí solo de la saludable autoestima con que el gobierno de Camilo Romero intenta desterrar cualquier complejo de inferioridad asociado a los injustos estereotipos con que se han tratado históricamente a los “pastusos” (así llaman a los habitantes de la capital nariñense, cuyos chistes para Colombia son como los de Lepe para España).
Intentaré ahora entrar en apreciaciones más personales sobre mi experiencia vivida en Nariño, de la forma más honesta posible. En los cinco días que estuve por ahí me estuve moviendo en coche a muchos sitios con miembros del equipo de gobernación. Mi impresión es que tienen una vida tan frenética, que viven por encima de sus posibilidades, y lo bueno es que lo consiguen Lo que hacen es una bonita locura. Siendo las rutas de comunicación tan difíciles en esa zona, lo único que les falta es tele-transportarse. Eso explica por qué estén llegando a lugares donde no ha llegado nadie. Por ejemplo, con Camilo Romero fue por primera vez que un gobernador visitaba poblaciones como Olaya Herrera y El Charco, en la subregión de Sanquianga. Lo hizo en barco, única vía posible, y con todo el equipo de gobierno.
Una de las cosas que más me ha impresionado del modo en que allí están haciendo gobierno es que no esperan el dinero para empezar a trabajar y cambiar cosas. Digamos que son muy “lean”, muy de prototipar e implementar rápido. No esperan que lleguen recursos del gobierno central, sino que van probando cosas, haciendo milagros con el poco dinero que pueden sacar de las cuentas departamentales para avanzar en la experimentación. Primero hechos, y después buscan dinero una vez que se demuestra que las cosas funcionan. Me contaban, por ejemplo, que apenas se hacía público que la gobernación había recibido unos fondos para determinado programa, se le aparecía todo tipo de gente vendiéndoles soluciones (yo añado: incluida la cooperación española), ya enlatadas, que ellos rechazaban para explorar y construir su propia respuesta, algo que estuviera más adaptado a su realidad. Creen que probando y experimentando por su cuenta, también con inspiración externa, aprenden mucho más que importando modelos ya hechos. Me gusta que la gobernación se atreva a invertir recursos en tantas actividades de exploración, porque eso significa que está dispuesto a arriesgarse en soluciones distintas a las de siempre.
Dejo algunos apuntes sueltos de aprendizajes que me he llevado de la visita:
- Nariño debe ser la experiencia de gobierno que más está integrando en el mundo metodologías de diseño, y sobre todo de Design Thinking, en las prácticas de política pública a gran escala. Para mí, ya es un caso de éxito de integración del diseño (y la antropología) en la política y gestión públicas. No conozco ningún caso parecido donde los diseñadores y design thinkers puedan participar de un modo tan activo y protagónico en procesos de transformación sociopolítica como ocurre allí, y creo que Javier Arteaga es en buena medida, con su liderazgo, el culpable de eso.
- No es nada fácil para personas tan creativas hacer gobierno, y asumir responsabilidades administrativas y políticas. Se necesita una compleja combinación de imaginación con disciplina de gestión para conseguir impacto. Me consta el desgaste que produce tener que gestionar críticas, presiones e intereses, o tener que meterse en charcos políticos tan poco edificantes para personas que estarían mucho más cómodas explorando su lado artístico sin tanto corsé administrativo. Me da la impresión que en ellas se da a menudo un cierto conflicto entre el espíritu del activista, de naturaleza rebelde, y el del servidor público, que se debe a unas directrices que imprimen coherencia. No es fácil integrar ambos perfiles, y yo creo que esa tensión solo puede aguantarse desde una convicción política profunda en la validez del proyecto, que es lo que yo he visto. La crítica purista desde la barrera es lo más fácil, pero esta gente se ha puesto el mono de trabajo para hacerlo lo mejor que pueden, y eso ya tiene mucho mérito
- La burocracia puede ser demoledora, pero si quieres conseguir algo, tienes que aprender a luchar y aliarte con ella a la vez. Para personas creativas como las que conocí, la carga jurídico-administrativa tiene que ser lo más terrible de la experiencia de hacer gobierno. No sé si yo tendría paciencia para soportarla.
- Viendo el ritmo frenético que lleva esta gente, hemos comentado la importancia de saber “administrar la pasión” para poder llegar lejos y saludables. Entiendo que los afectos y cuidados, además del necesario descanso, son imprescindibles para conseguir llevar bien tanto trote.
- Las metodologías de Design Thinking están contribuyendo a reducir los costes de participación. Muchos de estos costes se derivan de resistencias culturales. Ese es un reto imprescindible porque en un territorio donde no hay tradición participativa, hay que empezar por eso, por bajar las barreras a participar, poniéndolo fácil, motivando e implicando. Nada de eso se consigue sin (institucionalizar la) empatía.
- La innovación social, bajo el gobierno de Camilo Romero, se ha convertido, como en pocos sitios, en una prioridad real de la agenda política. No es retórica, son hechos, que se reflejan en los presupuestos y en acciones contrastables.
- La transformación digital está vertebrada en el ADN, de forma transversal, en todas las iniciativas que intenta impulsar el gobierno de Nariño. Ahí tienen un serio problema de infraestructuras que tensionan el objetivo de llegar a todo el mundo. Un ejemplo de ello es la visibilización de la oferta turística más micro y genuina de la región, o la inclusión social a través de iniciativas educativas.
- Está claro que hay que trabajar también las expectativas: “La gente tiene que entender que el gobierno no está para regalar cosas, sino para facilitar procesos”. La ciudadanía tiene que apropiarse y co-responsabilizarse de esos procesos. El paternalismo no ayuda a esa apropiación. Por eso hay que invertir tanto en educación, que es una de las prioridades de la gobernación (No te pierdas la Catedra Futuro, que es la apuesta educativa de Nariño que busca formar a cerca de 20 mil niños de escuelas públicas en tres temas: tendencias mundiales, programación y emprendimiento social).
Para terminar, me quedo con esta idea que le escuché a una de las personas del equipo con las que compartí esos días: “la obsesión de Camilo es que la gente que está en el gobierno sean buenas personas”. La calidad humana es clave, junto con la competencia y usar buenas metodologías. Eso, por lo que vi, lo están consiguiendo.
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