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Los laboratorios públicos de innovación y el «Efecto Ludoteca»

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POST Nº 722

En El Libro de la Inteligencia Colectiva explico que una manera de replicar y escalar prácticas participativas en las instituciones públicas es sembrar «nodos de activación» —así los llama Antonio Lafuente— en distintos lugares dentro de esas grandes organizaciones para que, trabajando inicialmente en entornos de riesgo controlado, consigan propagar poco a poco al conjunto su cultura, más afectiva, dinámica y experimental. Por cierto, este post es una continuación de otro que publiqué en Octubre: «Tres tipos de laboratorios de innovación: del aprendizaje al impacto».

La idea de sembrar «nodos de activación» sirve de estímulo, con matices, para crear los llamados «laboratorios de innovación», especialmente los «ciudadanos», que hoy prosperan por todas partes, desde universidades hasta ayuntamientos y administraciones centrales. Hay de muchos tipos pero me centraré en los que se fundan para impulsar nuevas maneras de innovar basadas en la experimentación, con la esperanza de que estas iniciativas hagan ese rol que comenté antes, que contribuyan al cambio de las formas de trabajar en las instituciones que los financian.

Estos laboratorios se instauran, a modo de spin-off, fuera del perímetro formal de la Administración para aislar riesgos, cosa que tiene sentido. Pero, al hacer eso, se ponen cortafuegos a la posibilidad de que impacten más directamente en los procesos internos y en la cultura institucional de las organizaciones madres. A ese aislamiento le llamo «efecto ludoteca», porque en vez de dejar correr la frescura de los laboratorios por los pasillos de esas instituciones —para que impregne más rápido—, se habilita un espacio físico separado que aísle «el ruido» y ponga «a jugar» a las personas más atrevidas en un entorno controlado que devuelve muy poco a las organizaciones para las que se supone que sirven.

Lo de desplegar «nodos de activación» es sin duda una vía prometedora, pero lo que yo he comprobado hasta la fecha es que esos nodos-laboratorios no consiguen todavía afectar de forma significativa a las instituciones que los crean. Una de las razones puede ser que en su mayoría se alojan en sedes independientes, precisamente por lo que comenté de aislar los riesgos reputacionales derivados de la experimentación. Por decirlo más claro: los jugones van a la ludoteca, mientras la burocracia se dedica a las cosas serias. Eso los convierte en un dispositivo que devuelve muy poco. Por eso, algunos laboratorios públicos terminan convirtiéndose, por desgracia, en meros enclaves autorreferenciales.

Ese aislamiento en pequeñas burbujas también guarda relación con el hecho de que dentro de esos espacios se «habla» un lenguaje distinto del que entienden los grandes sistemas. Estos dispositivos absorben la energía dispersa pero no la devuelven de manera que la entidad madre pueda metabolizarla. Esta tampoco parece muy dispuesta a hacerlo, ya que a menudo promueve estas iniciativas como una moda o un mal necesario, sin creer realmente en ellas. Las organizaciones grandes tienden a aislar de facto a esos nodos-laboratorios porque los consideran extraños a su cultura y ellos mismos pueden acentuar su aislamiento como reacción a su incomodidad y falta de integración en esa cultura más conservadora.

Por eso, siento que no basta con «activar focos», es decir, crear laboratorios que acojan la innovación participativa en su seno, sino que debe invertirse mucho más en propiciar el contagio institucional a partir de ellos. Viralizarlos y replicar a mayor escala la nueva cultura de los afectos que intentan promover.

Para eso hay que sistematizar «circuitos de devolución» que permitan a la organización madre integrar de forma natural esos efectos en su maquinaria institucional. El verbo «sistematizar» es importante, porque significa que esa devolución no va a ser posible sin dispositivos y procedimientos estables y normalizados que «obliguen» a la institución madre a interactuar con estos laboratorios como una fuente de aprendizaje.

Lo que quiero decir es que el marco de relacionamiento entre la institución madre y el laboratorio no debe conformarse con derivar retos y recoger propuestas de soluciones participativas. Conseguir eso sin duda es un avance, que ni siquiera se logra en muchos sitios. Pero se debe ir más allá. Hay que redefinir ese marco, para que la institución vea al laboratorio como un motor de transformación cultural, de tal manera que los procesos participativos que allí se prueban sean observados con genuino interés de aprendizaje.

Para eso no solo hace falta una mayor humildad y capacidad de escucha por parte de las instituciones madres, sino también un esfuerzo de los propios laboratorios para «documentar» sus experiencias en un lenguaje asimilable por la Administración. Si algo que ocurre en los laboratorios es interesante y replicable, entonces hay que traducir eso en «buenas prácticas», creando los dispositivos necesarios (manuales, acciones formativas, encuentros mixtos, acompañamientos, etc. ) que hagan posible y aceleren la transferencia institucional.   

Una alternativa que parece más fiable es transversalizar los laboratorios, convertirlos en una metodología, un estado mental o incluso un espacio físico distribuido con presencia en el mayor número de lugares posibles dentro de la organización madre. En lugar de sacar fuera la Ludoteca, dejamos que la chavalería corretee por los pasillos,  insinuando desde el ejemplo que se pueden hacer las cosas de otra manera. En lugar de aislarlos, repartirlos para que se integren mejor en los procesos naturales de la Administración.

Mientras tanto, algunos laboratorios públicos están consiguiendo palear ese aislamiento sin necesidad de renunciar a sus sedes físicas independientes. Una manera de hacerlo —que está afortunadamente cada vez más generalizada— es asegurarse de que en los talleres ciudadanos haya siempre una presencia significativa del personal público. No se cambia lo público sin un desaprendizaje de la cultura funcionarial, y por eso es necesario activar espacios mixtos en los que los trabajadores de la Admón. se mezclen con la ciudadanía en el co-diseño de procesos y servicios. Dicho de otra manera, si no podemos llevar el espíritu juguetón a las instituciones, entonces saquemos al funcionariado de sus espacios habituales y llevémoslos a jugar en los laboratorios, para que regresen con otra predisposición.

NOTA: La imagen es de Steve Johnson en Pexels.com. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de «suscríbete a este blog” que aparece a continuación. También puedes seguirme en la red social Bluesky o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva. Asimismo, aquí tienes más información sobre mi último libro.

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