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¿Por qué el #diseño me seduce tanto como metodología?

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POST Nº 719

El mes pasado me invitaron a dar la ponencia inaugural en el 12º Encuentro Nacional de Diseño (12º ENAD), celebrado exitosamente en Cuenca. Fue una buena oportunidad para reflexionar sobre mi relación con el #Diseño, sobre por qué una persona como yo, que no soy diseñador de profesión, se acercó a esta disciplina y cómo cambió eso mi manera de trabajar.

Ya dije que al recibir la invitación, sentí un poco de vértigo, de síndrome del impostor, pero a medida que fui revisando mis proyectos y tratando de descubrir la impronta que dejó en mí el diseño como metodología, me di cuenta de que es una disciplina que acogí con más apetito que otras, que me sedujo pronto, y que mejoró bastante la eficacia de los proyectos que realizo. De todo eso voy a hablar en este post. 

Lo primero que diré es que hubo un momento (no recuerdo cuál) en el que empecé a ver el diseño donde antes no lo veía, y de una manera diferente. Que esa palabra empezó a estar presente con más protagonismo en mi relato, y que me descubrí usándola con entusiasmo, sin entender bien cómo definirla pero sabiendo intuitivamente a qué me refería. Noté que trascendía la ecuación [diseño = estética + ergonomía], porque se había convertido en algo más profundo, más estratégico, tan invisible como poderoso.

El evento de Cuenca fue la excusa perfecta para reflexionar, pausado, sobre qué significa abrazar la «perspectiva de diseño» en mi trabajo como consultor de innovación. La cuestión que me plantee fue esta: ¿Qué cambió en mi forma de pensar y de sentir desde que empecé a interpretar en términos de diseño? O usando ejemplos más concretos, cuando hablo de «diseñar la participación» o de «diseñar la felicidad», ¿a qué puedo estar refiriéndome?

Esa pregunta da para largo, pero intentaré responder, con cuatro ideas, qué me sedujo del diseño y cómo esa mirada atraviesa toda mi manera de trabajar:

Adoptar lógicas de diseño aporta orden, estructura y fluidez dentro del caos creativo. Esto me pone mucho, porque yo soy esencialmente un estructurador, un sistematizador. «Diseñar» es, para mí, definir la «arquitectura estratégica de atributos» de una solución. Me ayuda, y me obliga, a identificar esos atributos, que son los ejes o dimensiones principales que expresan la identidad y los límites de la solución que se busca.

Me imagino —como en Algebra— un espacio vectorial, y unos vectores (son los atributos de diseño) que hay que fijar en una determinada dirección y sentido, dentro de ese amplio espacio, para que entre todos sugieran una solución reconocible y coherente. Esa reflexión, que se basa en el diseño estratégico de atributos identitarios, es clave, y se está perdiendo por  la fiebre del agilismo con que se abordan ahora la mayoría de los proyectos, de una manera tan precipitada.

Siento que hoy falta fondo, que «hacer» está muy bien pero no es suficiente sin pausa para «pensar», sin una mirada estratégica que se cuestione cómo cada cambio introducido puede impactar en el resultado global que se está buscando. Muchas veces ni se sabe qué es lo que conviene buscar. Reconocerse en el rol de alguien que está diseñando ayuda mucho a eso.    

Hay muchas metodologías de innovación que aportan estructura, que resuelven en parte el punto anterior, pero el diseño tiene la peculiaridad de combinar orden con emoción.

Yo no había vivido eso antes, porque en mi trabajo era demasiado estructurado, muy de checklist y hoja Excel. Hoy he aprendido a apreciar, sobre todo, lo bien que el diseño aprovecha las metáforas y analogías evocadoras como inspiración para la síntesis. Es muy eficaz vehiculando la creatividad mediante modelos mentales (como los «moldes creativos» que desarrollé en InnoBox) para experimentar lo que Richard Sennett llama «cambios de dominio». Todo esto hace que el diseño ayude a romper con el exceso de sobriedad de las ciencias sociales. Esa búsqueda de emoción en el relato, y en el fondo, contribuye a que las soluciones sean más redondas. Que no solo funcionen, sino que también transmitan belleza.  

Siempre lo digo: el Diseño o más bien el Design Thinking, me salvo de la parte tóxica de mi perfeccionismo. Antes me estresaba buscando la solución perfecta, que no mostraba hasta que no estuviera seguro que lo fuera. Y, claro, nunca lo era, no podía serlo.

La práctica de prototipar, que lleva el diseño en sus genes, me enseñó a acercarme a las soluciones por aproximaciones sucesivas. Eso me quitó muchísimo estrés, porque me sirve de truco: no renuncio a perseguir la perfección, porque uno es como es, pero me hago la trampa de creer que, probando y probando, algún día voy a llegar a ella. En esa búsqueda sigo avanzando, sin que me paralice. De esa manera consigo gestionar mejor mis expectativas, disfrutar del proceso y ser menos resultadista.

También me ha servido ese «espíritu de taller» que transmite el arte genuino del diseño. Esa buena costumbre que tiene la profesión de manosear tangibles para reimaginar intangibles, de jugar con maquetas y manualidades para ayudar a que la mano piense. Hoy ya tengo un hábito, bien curtido, de abrirme a la experimentación. Y he comprendido que ese es un camino en el que cabe una variedad muy generosa de formatos y técnicas. Gracias a eso, los límites entre lo tangible y lo intangible se han difuminado, puedo aprovecharme de analogías para saltar de uno a otro, lo que hace mi trabajo mucho más divertido. También mi pedagogía.  

Este fue un descubrimiento posterior. No supe ver la dimensión política hasta que empecé a profundizar en las conexiones entre Diseño y Participación. Esto me llevo a desarrollar mi tesis de que «la inteligencia colectiva es un reto de diseño», una idea que atraviesa mis dos libros y sobre todo el segundo. También, a poner mi foco de atención en los «métodos de agregación», un concepto en el que insisto mucho, porque es el que permite convertir un conjunto de aportaciones individuales en un hecho colectivo. Según cómo sea el método para agregar, así va a ser la distribución del poder dentro de un grupo o un proyecto. Y eso se diseña por alguien, con unos intereses y preferencias. No viene dado, como a veces suponemos.

El método de agregación es un procedimiento, un algoritmo o una simple receta. La mayoría de las veces es opaca pero tiene un impacto enorme. El diseño del espacio de interacción, donde se produce el cocido de la agregación, moldea comportamientos. Lo consigue, por ejemplo, acotando el espacio de juego o introduciendo «pequeños empujoncitos» (nudges) que hacen que unas decisiones tengan más probabilidad de que se tomen que otras.

Si quieres un ejemplo sencillo, piensa en cómo las «opciones por defecto», que se introducen desde el diseño, inclinan la balanza en favor de ciertos comportamientos. A la hora de rediseñar contextos, puede bastar con que se aplique un principio tan básico como este: «Si quieres que actúen de una determinada manera, ponlo fácil. Y si quieres evitar que hagan algo, ponlo difícil». Como somos lo suficientemente perezosos para seguir las opciones predeterminadas, éstas se convierten en «compromisos pasivos» de los que no somos conscientes. Esa es una manifestación de poder del diseño, su dimensión política. Y la alianza, cada vez más fuerte, entre diseño y Ciencias del Comportamiento, está multiplicando esa capacidad de influencia. Esas intervenciones a menudo son evidentes, pero a veces son profundamente sutiles, y solo se detectan por miradas entrenadas.

Por todo esto que he explicado, descifrar los códigos de diseño que embeben los sistemas se ha convertido en una de mis pasiones. Sé que es una práctica que mejora la mirada estratégica y ayuda a percibir lo que no se ve. Si desarrollas esa capacidad, terminarás estando de acuerdo con el gran Arturo Escobar cuando avisa que «hay diseños con otros nombres». Y añado yo, son esos los más interesantes. 

NOTA: La imagen es de StartupStockPhotos en Pixabay.com. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de «suscríbete a este blog” que aparece a continuación. También puedes seguirme en Twitter o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva.    

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